10 razones para respetar a Los Planetas (Mondo Brutto 19º/1999)

Fan desde hace muchos años de esta banda y no conocía las 10 razones para respetar a Los Planetas que escribió en 1999 (año 1 después de Una semana en el motor de un autobús), Dildo de Congost en el Mondo Brutto número 19. Menos mal que Common People Music lo ha recordado, y Musicoscopio reproduce el artículo. Curiosas las conjeturas sobre el flamenco que se hacía el redactor pensando en el sonido de Unidad de Desplazamiento que se publicaría el año siguiente, “¿Les ocurrirá como al Señor Chinarro, y alumbrarán un álbum más arraigado a su terruño? ¿Se le notará a Jota el asento andalú? ¿Alquilarán las guitarras de Raimundo Amador o los coros de Los del Río? No sé, lo único que puedo intuir es que el próximo disco de Los Planetas será el mejor de todos: más raro, más difícil, más imperecedero, más profesional, más sincero… y más Planetas (risas enlatadas).” Ocho años después, ha tenido razón.

El artículo completo:

Con motivo de este especial mujer, no puedo resistirme a rendir tributo a una de mis escritoras poprock favoritas: Patricia Godes, inventora, entre otras cosas, de un subgénero periodístico infalible, el “diezrazones”. ¿Quién no se emocionó, por ejemplo, con sus “Diez razones para odiar a John Lennon”?. Numerosos fanzineros y fanzineras, como Victor Lenore (desde el “100.000 Luciérnagas”) o Mario Vaquerizo (en el “Tentaciones”) , se han atrevido a fusilar el estilo godiano, sin reconocerlo ni alcanzar nunca sus niveles de lucidez, amenidad y concisión. Yo, por mi parte, he transformado el largamente esperado artículo de Los Planetas en un femenino “diezrazones” que, supongo, tampoco llegará al altísimo nivel de nuestra femme fatale de la crítica, pero, al menos, sí será un poco menos coñazo de lo que generalmente suelen ser los artículos de música. Damas y caballeros, aquí tienen mis diez buenas razones para flotar en el espacio con Los Planetas. Créanselas y medítenlas, por favor, pues van más en serio de lo que parecen, pese a estar escritas bajo los efectos de sustancias tan estimulantes como el café, el tabaco o los caramelos “Halls”. Entre otras.

1-Son muy machotes.
Los Planetas, es decir Jota Rodríguez, Florent Muñoz y sus músicos de acompañamiento (sean quienes sean) tienen más groupies que cualquier otra banda de sonido “independiente”. Después de los conciertos, enfebrecidas señoritas de todas las edades se ponen a revolotear alrededor de la zona de camerinos, con la vaga esperanza de dormir esa noche con Florent, con Jota o, en el peor de los casos, con alguno de los músicos. Y tal es el carisma y el aura que rodea a estas superestrellas cuando se suben a un escenario, que a las chicas poco les importa que Florent sea poco amigo de la ducha, o que Jota no sea excesivamente agraciado y también aborrezca el agua. Como ellos mismos reconocen, autojustificando su permanente estado de desaseo, “es que somos un poco hippies”. Pues bien, esa imagen desgarbada y agorrinada, pero muy masculina, calienta a las chavalas independientes mucho más que la de unos señoritos modernísssimos duchaditos, afeitaditos y vestiditos de punta en blanco (como, sin ir más lejos, Astrud). Y si el nuevo guitarrista-suplente no sale ni en los videos, ni en las fotos promocionales del grupo ¿qué importa? El caso es que se sube a la palestra con Los Planetas y, sólo por eso, ya tiene un polvo, piensan las fans.
Incluso la agitanada May, único miembro femenino que pasó por el grupo, se llevó al codiciado Javier Aramburu al huerto valiéndose de su condición de planeta. O si lo prefieren, al revés (otra concesión con motivo del Especial Mujer): May se benefició a Aramburu porque hacía las portadas de los Planetas. Bromas aparte, lo cierto es que, en cuanto la formación estable del grupo se redujo a dos, los músicos “for hire” de toda España empezaron a ir a misa y rezar como condenados, con la esperanza de recibir el santo privilegio de ser contratados por Jota y Florent para una gira. Este milagro significaba tres cosas: cobrar unos más que generosos honorarios, poseer todas las sustancias estimulantes que pudieran meterse y tener a todas las chicas que consiguieran atender. Hasta que el cuerpo aguante. Con deciros que Raul Santos (el segundo batería que se les acopló, hoy más conocido como Supercinescene) abandonó a una popular novia suya en cuanto se fue de gira con Jota y cía… Las razones que, presunta y aproximadamente, Megaraúl le dio a la pobre desgraciada para deshacerse de ella fueron tan llanas como previsibles, algo así como “tía, voy a ser legal contigo, lo siento mucho pero es que te tengo que dejar porque me voy de gira con Los Planetas y ya sabes lo que eso significa, que tendré muchas chavalas distintas cada noche”. No sé, me parece muy poco creible este vil rumor que me contó uno de mis soplones, porque estoy convencido que Raúl es un caballero español, pero ahí queda como buen ejemplo de un hecho indiscutible: las tías van a Los Planetas como las moscas a la mierda.
Quizás se deba a su condición de saciados el hecho de que los textos planetoides apenas toquen el sexo y casi siempre hablen de amor o de emociones (naturales y artificiales, claro). Porque Jota, como un Klaus Kinski de andar por casa, está harto de aplacar su ansiedad con sexo, sexo y más sexo, y sólo necesita un poquito de amor. Un amor que, al parecer, ha encontrado en los brazos de su actual compañera sentimental, a la que asegura serle muy fiel. Y Florent ídem de ídem. Si no lo veo no lo creo.
En fin, las escasas letras lúbricas que poseen los Planetas bastan para hacerse una idea de por donde van sus disparos seminales. Ya en “Mi hermana pequeña” (ese afortunado cruce entre El último de la Fila y The Jesus and Mary Chain con título mangado a Chandler que les dió a conocer), Jota tenía la santa osadía de bromear con el espinoso tema del incesto, cuando decía “yo me esfuerzo porque sea la chica más feliz sobre la tierra / y por las noches ella me recompensa” o, en ese estribillo calcadito del “Something’s wrong” en el que Jota exclamaba “¡no la quería golpear y ahora no se donde está!”. Y el Defensor del Menor, que acosó recientemente al artista Antonio de la Rosa o al fanzine “Mundo depravados” por mucho menos, no dijo nada: eran otros tiempos y Los Planetas aún estaban enterrados en el más profundo de los undergrounds.
Más explícitos todavía serán en “10.000” (pelas, claro, aunque los críticos más despistados se hicieran los suecos), donde se esboza una cinematográfica pero elíptica descripción de las posibilidades amatorias de dos prostitutas adolescentes (el estribillo “¿quieres hacerlo con mi amiga? tiene quince años ya” tiene delito). O en “La máquina de escribir”, un blues eléctrico donde, amen de robarle inconscientemente el título al gran Jean Cocteau (bueno, Dinarama hicieron lo propio en “La voz humana”, pero conscientemente), Jota le pide a una “dulce y tierna niña” que le haga marranadas; eso sí, muy finamente. Pero con un par de planetas. Y luego, como tercer ejemplo, tenemos “Algunos amigos”, preciosa cara bé de “Segundo premio”, con una letra en la que pasan del sexo a la violencia, que no deja de ser el reverso tenebroso de la líbido: Jota se jacta con la tortura china (a golpes y cuchilladas) de una compañera imaginaria, haciendo gala de una encantadora misoginia. Y eso ahora, que el tema está de rabiosa actualidad y se condena sin paliativos. En fin, que, si bien valdría como himno editorial para la imprescindible revista yanki “Answer me!” (especializada en regodearse con el tema de la violencia criminal y los abusos sexuales), no recomiendo la escucha de “Algunos amigos” a las mujeres que hayan sufrido malos tratos por parte de su pareja… y no les haya gustado. Pero, en fin, por buenas que sean, que nadie se tome demasiado en serio las letras de los Planetas: la mayoría son pura ficción autobiográfica.

2-Carecen de malas canciones.
Los aficionados al pop-rock español y extranjero estamos muy acostumbrados a sufrir. Normalmente, nuestros grupos favoritos empiezan con un disco redondo y, cuando están apunto de sacar el segundo, ya se empieza a oír que va a ser malo. Y normalmente resulta ser nefasto, y el grupo se estrella o saca un tercero, ya casi de incógnito, tras lo cual se va desinflando poco a poco hasta la disolución. Sin embargo, con los Planetas ocurre todo lo contrario: cada disco es mejor que el anterior. Se arriesgan, haciendo funambulismo poprockero sin red, y aun así triunfan, no se caen y se salen siempre con la suya. Sus devaneos entre el ruidoso rockazo del primer disco (“Super 8”, 1994) y el eclecticismo popero y algo flojo del segundo (“Pop”, 1996), desembocaron en un tercero (“Una semana en el motor de un autobús”, 1998) absolutamente impecable, conceptual, poprockero y, como diría Suso Llorente, más Planetas que Los Planetas. Y todo ello aderezado con un buen puñado de singles con unos cortes inéditos tan endiabladamente grandes como los “inéditos”. Porque ésa es otra, Los Planetas no tienen “temas” de relleno, es más, carecen de canciones malas… sí, incluso las más largas y psicodélicas superan con creces el listón. Y eso, amigos míos, es algo que muy pocos grupos nacionales han conseguido: un repertorio con todo bueno. Aunque no nuevo, pues Los Planetas copian como bellacos pero, eso sí, como bellacos con buen gusto. La inmensa cultura musical del grupo, su amplio conocimiento de la historia del pop-rock de acá y allá, les permite hacer continuos guiños y copieteos a sus grupos favoritos, reconstruyendo sus canciones de forma tan personal que, a menos que seas un verdadero “Del Sur” freak, te resultará imposible rastrear todas y cada una de las apropiaciones u homenajes que llevan a cabo. Por eso, no voy a enumerar todos y cada uno de los artistas que, desde Bob Dylan hasta Mamá, han influido en Florent y Jota. La lista ocuparía todo un “Mondo Brutto” y, además, os será mucho más cómodo echar un vistazo al libro de Llorente (ver razón 9).
¿Será también bueno su próximo álbum? Mmmmm, según se rumorea, Jota, Florent y compañía ya no tendrán que irse fuera a grabar su nuevo disco, que seguramente se editará en el temido año 2000. Ni siquiera se verán obligados a desplazarse hasta la Capital de España para mezclar las canciones, pues están montando un superestudio en su Granada natal, para no tener que moverse del pueblo y, quizás, para alejarse del vicio de la gran urbe (¿desintoxicación a la vista?). Hacen bien, pero resulta difícil otear su futuro. ¿Les ocurrirá como al Señor Chinarro, y alumbrarán un álbum más arraigado a su terruño? ¿Se le notará a Jota el asento andalú? ¿Alquilarán las guitarras de Raimundo Amador o los coros de Los del Río? No sé, lo único que puedo intuir es que el próximo disco de Los Planetas será el mejor de todos: más raro, más difícil, más imperecedero, más profesional, más sincero… y más Planetas (risas enlatadas).

3-Sus canciones son ideales para hacer playback en casa.
Pablo tiene diecisiete años y ha tenido la mala suerte de nacer feo, gordo, torpe, grasiento y tonto en los noventa, la era de los cuerpos danone, la simpatía obligatoria y la inteligencia emocional. Pablo no tiene amigos, los chicos se ríen de él, y las chicas lo consideran invisible. Los padres del chaval tampoco lo miran demasiado: apresados en una aplastante jornada laboral y en una espiral de compromisos sociales, cuando llegan a casa están demasiado cansados como para ocuparse del “inútil” de su hijo, aunque de vez en cuando le dan un grito (“¡a ver si haces amigos o te pones a trabajar o te echas novia de una puta vez!”). Para colmo, al pobre chaval le ha tocado vivir en una metrópolis agresiva, implacable e inhumana como el Madrid de Manzano. En fin, que los vigorosos himnos adolescentes de Los Planetas no parecen estar escritos para este chico pero, sin embargo, él se los sabe todos de memoria. Pablo no se identifica para nada con las letras de Jota pero, mientras espera llegar a hacerlo algún día, vive dentro de ellas, escapa de su miserable realidad sumergiéndose en ese mundo tan real para otros, pero que a ojos de Pablo es pura ciencia ficción: salir con chicas, follártelas, echarlas de menos cuando te dejan, tomar drogas, ir de putas, correrse juergas con los amigos… Como en una suerte de realidad virtual sónica, Pablo vive todo eso y mucho más en las canciones de los Planetas.
Junto a la masturbación, el pasatiempo preferido de Pablo es el playback. Todos los días, se encierra en su cuarto después de comer, se enfunda una camiseta de rayas, agarra una raqueta, baja la cabeza y, durante horas, hacer playback frente al espejo imitando a Jota o a Florent (según le pille el día), mientras suenan en su equipo las canciones de su grupo favorito. Así, durante unas horas Pablo es feliz, y realmente se cree que es él, y no Jota, el que canta esas canciones, el que ha escrito esas letras, el que toca esas guitarras, el que se pone hasta el culo de buenas sustancias y el que moja las bragas de millares de princesitas indies adolescentes y sudorosas. Entre oleadas de intenso placer provocadas por el pop-rock planetoide, Pablo se siente como el chico de la canción de los Monochrome Set, y sueña que es una estrella y que la gente le dice que es genial tal como es, que no cambie ni adelgace nunca. Y también que las marujas le paran por la calle y le sueltan un “por favor, ¿podrías firmarme un autógrafo para mi niña? es que me la tienes loquita, ¿sabes?”. Una calurosa tarde de verano, mientras sus compañeros de clase disfrutan de sus vacaciones bañándose en piscinas, viviendo bonitos romances o yendo al Parque de Atracciones en pandilla, Pablo está, como siempre, encerrado solo en casa, escuchando a Los Planetas. Hoy cumple dieciocho años y ha conseguido dos compañeros que le harán pasar una tarde distinta, aunque sean sintéticos: un tripi y un gramo de cocaína. Pablo ya no aguanta más, está harto y quiere probar algo nuevo. Así que se come el tripi y se empieza a meter rayas de coca. Luego pone “Una semana en el motor de un autobús”. Cuando el disco llega a su fin, Pablo ya se ha metido toda la farlopa y el ácido ya le han subido a tope. La mezcla entre las dos sustancias ha tenido un efecto devastador en su organismo: Pablo se ve corroído por la paranoia, ve horrores por todas partes y oye risas dentro de su cabeza. Risas que se ríen de él. Mientras “La copa de Europa” suena por última vez en su equipo, Pablo, tenso como una raqueta, siente cómo se le va durmiendo el brazo izquierdo, a la vez que un agudo pinchazo le aguijonea el corazón.
Hospital Gregorio Marañón, doce y media de la noche. El doctor Martínez confirma a los desconsolados padres de Pablo las causas de la muerte de su hijo: infarto provocado por la mezcla de varias drogas aún por determinar. La madre, entre lágrimas, empieza a gritar: “¡Joder, la culpa la tienen esos malditos discos que escuchaba! Ese grupo de drogadictos ¿cómo se llamaba?” Y el padre contesta “Los Planetas, nuestro hijo ha muerto por culpa de Los Planetas”. Lo que, en su desconocimiento, no supo apreciar el necio padre de Pablo es que, por el contrario, su hijo había vivido gracias a los Planetas. Hasta que llegó el día en que se cansó y prefirió estar muerto que aburrirse así. Y es que tres discos y un puñado de singles, por buenos que sean, no son suficientes para llenar toda una vida.
(Nota: todo esto me lo acabo de inventar. Cualquier parecido con personas, situaciones o hechos reales es pura coincidencia).

4-Funcionan con Droga.
Tras tantos años “viviendo al límite”, J y Florent se asemejan cada vez más a unos auténticos supervivientes o, si lo prefieren, a un par de personajes de tebeo underground, una especie de Freak Brothers del poprock lisérgico. Todo lo que tenían de “enrrollaos” de provincia cuando empezaron, ha desaparecido, pero dejando intacta su personalidad. Además de conservar un carisma aplastante, casi insultante para los nuevos grupos, estos señores mantienen una excelente forma física y mental, pase lo que pase, se metan lo que se metan, estén donde estén, se lo monten como se lo monten. A tope con drogas. Sólo se les ve, todo hay que decirlo, un poquito estropeados y ojerosos tras los conciertos y, a veces, se les va la mano con las sustancias y tienen que parar de tocar de lo puestos que van. Bueno, y de vez en cuando tienen que ser llevados a urgencias. Pero no importa, más bien mola y forma parte de su encanto rockero. Al fin y al cabo, cuando Keith Richards se caía al suelo o Iggy Pop salía a escena tan embriagado que se lo tenían que llevar a rastras, los enrollados de la época decían: “Yeah man, it’s quite cool: he’s totally stoned”. Sabidos los excesos a los que se someten Los Planetas, su actual estado de salud tiene bastante mérito: cualquier otro estaría ya bajo tierra o casi (miren a Antonio Vega o a Los Secretos, sin ir más lejos). Incluso casi no se les nota nada que son andaluces. El secreto es que Los Planetas hacen un óptimo uso de las drogas, utilizándolas en beneficio propio tanto para la creación y para el desparrame. Además, no se consideran yonquis, no ocultan sus vicios e incluso bromean sobre ellos. En una canción dicen que “Florent dejó la droga en el 92” (risas), y en las entrevistas y conversaciones privadas aseguran que son buenos chicos, que están “limpios”, es decir, que ya no toman nada. Pero todo el mundo sabe que Los Planetas siempre tendrán veneno en la piel.
Sin embargo, bah, esas son cosas de la vida privada de las personas públicas, y no me voy a meter. De lo que sí voy a hablar es de la Droga en sus canciones. Porque Los Planetas es un grupo que le ha cantado mucho a la Droga. Sin subterfugios ni hipocresías, pero siempre haciendo uso de unas metáforas harto comprensibles para sus fans. Aparte de su sonido, muchas veces marcado por la más mareante psicodelia (desde los primeros Pink Floyd hasta los últimos Spiritualized), los Planetas tratan como nadie el tema de las sustancias estimulantes en sus canciones. En ellas, Jota logra ser decididamente inconcreto, construir bonitas frases para contar sus experiencias con la Droga sin caer en la repetición. Y eso que, desde los primitivos bluesmen hasta los más recientes rumberos, pasando por Parálisis Permanente, Siniestro Total, El Fary, The Velvet Underground o Spacemen 3, la droga es un lugar común en el cancionero universal. Y si “De Viaje” es ya un monumental clásico del poprock alucinógeno, la preciosa “Toxicosmos” (un verdadero sueño ácido) ha quedado como un “Lucy in the sky with diamonds” muy particular, que describe las desbordantes oleadas de un buen “trip” mejor todavía que las viñetas de un Moebius o la lírica farmacológica de un Escohotado. Sí, de algo le ha servido a Jota hincharse a tripis o leer un poco a Huxley. Además, esa maravillosa letra la canta Jota con una vocecilla “on acid”, más nasal y clarita que nunca. Dice la leyenda que el vocalista entró en el estudio más puesto que Mister Natural, y me lo creería si no fuera porque sé de buena tinta que estos chicos son unos profesionales como la copa de un pino de grandes, que jamás toman cosas raras cuando están trabajando.
¿Más canciones de droga? Bueno, “Una semana en el motor de un autobús” es casi un álbum conceptual sobre el tema. Días de desamor y drogas. Canción a canción, cuenta una semana por la que casi todos habréis pasado alguna vez: te deja una tía, te rompes, consagras tu vida al sexo y a la droga, intentas en vano dejarlo y, finalmente, te das de narices contigo mismo cosa que, por otra parte, no evita que tropieces de nuevo en la misma piedra. Así, canciones como “Laboratorio mágico” (sobre el poder terapéutico de ciertas sustancias), “Cumpleaños total” (o la necesidad de narcotizarte para ser feliz, feliz en tu día) o “Línea 1” (la adicción muerde la cola del remordimiento en un círculo vicioso hecho canción o, si lo preferís, un día en la cabezota de un toxicómano), constituyen todo un abc para los que aún no se hayan atrevido a hacer pinitos con la química. Si después de haberlo escuchado todavía no has pasado por la “experiencia”, decídete. Sólo faltas tú.

5-Sus pintas.
Existen suficientes pruebas y documentos gráficos como para afirmar que, al principio, la imagen de Jota y compañía era un verdadero poema: pelos estropajosos, camisas de malaguita, criminales cortes de pelo, chaquetas de cuero, botitas de rock… Hubo que esperar a que tuvieran algo de pelas para que Los Planetas empezaran a disfrazarse de agro-indies, y de tal guisa saldrían en el vídeo de “Qué puedo hacer” o en las fotos promocionales de “Súper 8”. Por fin, ya hacia su segundo álbum, conseguirían unos creíbles y cuidadamente casuales disfraces de Teenage Fanclub (también ayudaría bastante, aunque me duela reconocerlo, la “independent” figura de Megaraul). Pero la estampa de Jota y Florent no llegaría a la perfección hasta su última materialización física, con motivo del apabullante “Una semana en el motor de un autobús”. En las fotos promocionales de este disco, el dúo psicoactivo reaparecería con nuevos músicos, ya todos vestiditos de sobrio y riguroso luto, con gafas de sol estilo Mercury Rev y un impactante físico esculpido a base de carretera y juerga. ¿Y qué me dicen de los conciertos? Conscientes de la incondicionalidad de su público y del pillaje asegurado, Los Planetas se plantan en escena con un legañoso look de recién-levantados-de-la-cama, ropas aparentemente viejas que les sientan como guantes y esa elegante desgana que sólo poseen los que están de vuelta de todo. Jota incluso se ha atrevido, recientemente, a aparcar su guitarra en algunas canciones, enfrentándose a su público micrófono en mano, como una suerte de Gainsbourg carpetovetónico y neopsiquedélico. Y el nuevo batería o Florent, si se acaloran, no se cortan un pelo a la hora de quitarse la empapada camiseta y mostrar sus pequeños pero viriles pectorales a las fans. En fin que, con unas tablas insólitas para un grupo de poprock español, Los Planetas han conseguido convertir el escenario en su segunda casa y, como tal, hacen allí lo que les da la real gana, comportándose con una naturalidad tan asombrosa que deviene en puro espectáculo. Y el público, por mimetismo, también se droga, se suelta y canta y salta y desborda sus emociones en una suerte de mágico karaoke sideral. Y si a todo esto añadimos una colección de canciones químicamente impecable, a los diez minutos de concierto los fans sentimos que ya hemos amortizado con creces las dos mil pelas que pagamos en la entrada. Y eso a pesar de que, como en todos los grandes conciertos, se oiga más al enloquecido respetable ladrando las canciones que a los propios figuras. A lo mejor por ese pequeño detalle no he puesto estos conciertos como una de las diez razones.

6-Las letras de Jota
El inmenso talento de Jota como letrista siempre ha logrado que los fans recibamos su sencillo (que no simple) mensaje, gracias a un montoncito de frases certeras, reveladoras, fácilmente identificables, de esas que calan hondo en el corazón, que conectan con los problemas e inquietudes de las gentes. A menudo rozando el exhibicionismo sentimental, pero sin caer nunca en lo vulgar. Y siempre cantando a temas eternos y universales, como el amor, la droga, el sexo, la música, la prensa musical o las películas. La verdad es que, si me creo eso que Jota me dijo un día, que quitando tebeos Marvel, es de poquito leer, nos daremos cuenta de una verdad de perogrullo: no es necesario ser un “intelectuás” para escribir excelentes letras de pop español (ojo al dato, Astrud). Lo de Jota es ciencia infusa y, si tenemos en cuenta que en gran parte del repertorio apenas entendemos sus palabras pero nos sentimos identificados con el mensaje, podemos empezar a pensar si, en realidad, Jota no será más telépata que el profesor Charles Xavier.
Y sobre las letras, nada más que añadir. No voy a analizar, por ejemplo, los maravillosos textos de “Una semana en el motor de un autobús” frase a frase. Sólo os invito a escucharlos y a incorporarlos a vuestras propias vidas, a usarlos como banda sonora, a hacerlas vuestras… y no os dejéis embaucar por las disecciones “semihósticas” de críticos y listillos. Porque en el caso de las letras planetiles debemos considerar, como dijo Ernesto, que si la obra de un hombre es fácil de entender, la explicación es completamente innecesaria.

7-Las voces de Jota
Sí, las voces. Porque creo que las diferentes formas de cantar que emplea Jota son las que diferencian al grupo de las bandas extranjeras a las que imitan. Son el elemento unificador de las distintas influencias. La forma de cantar de Jota, dependiendo de la canción que interprete, puede ser mimosona, rockera, melodiosa, desafinada, dulce, chillona… En el “Medusa e.p.”, su primer disco, la voz del monstruo todavía sonaba un tanto impersonal, hasta el punto de que no recordaba a nadie, ni se notaba ese tono nasal que más tarde tanto nos recordaría a David Summers o a El Zurdo y, en sus mejores momentos, al mismísimo Dylan. Pero en “Super 8”, canciones como “Qué puedo hacer” nos traían a la cabeza a Enrique Urquijo o a Los Suaves, “Jesús” nos recordaba tanto a Josele Enemigo como a Dioni Dee… Pero, en general, la voz de Jota quedaba oculta por las guitarras, como un bonito pero casi incomprensible balbuceo (como aquellas canciones de My Bloody Valentine en las que el cantante tarareaba una melodía sin letra). En “Pop” la sensación de desgana o de esfuerzo fingido que contagia Jota aumenta, aunque se le entiende algo mejor. Pero la sorpresa llega con el single “Punk” en el que Jota parece un ventrílocuo indie: en el fugaz tema que da título al disco, escuchamos una nasalidad chillona más rabiosa que nunca; en la versión de Nick Drake, Jota canta como un Dyango alternativo; en “Vuelve la canción protesta”, Jota agudiza su tono de forma burlona para apalear a los nuevos cantautores; y en “Nueva visita a la casa” canta como un verdadero ángel, quizás para homenajear a los artistas de Sarah o a los pesados de Red House Painters. Y por fin, en “Una semana en el motor de un autobús”, Jota llega a su cima como cantante: le suben la voz, que gana en claridad y, por consiguiente, se le entienden casi perfectamente las letras y, lo que es más importante, se nota que las canta con el alma, sintiendo cada palabra como algo propio y muy querido. En “Dios existe”, por el contrario, Jota vuelve a las andadas, entierra su chorrito de voz bajo toneladas de guitarras y se le vuelve a entender poco. No importa, al fin y al cabo, nos vamos a terminar aprendiendo las letras…

8-Los quiere todo el mundo
Sí, como a Juan Pablo Segundo o Juan de Pablos. Sin hacer la más mínima concesión, siendo sólo ellos mismos, Los Planetas han conseguido caer en gracia en casi todos los círculos: crítica, público, intelligentsia pop, y hasta “Mondo Brutto”. A lo mejor es porque, lejos de haberse endiosado con su éxito, los Planetas siguen siendo los dos chavalotes de siempre, sin poses altivas, sin tonterías. Es más, conozco a un buen montón de insignificantes grupos de Ñoñipop que no suenan ni en Flor de Pasión y os puedo asegurar que son bastante más pretenciosos y endiosados que Los Planetas.
Vamos, que a Los Planetas no se les ha subido la gloria a la cabeza. Los que sí parecen haber perdido los papeles son los señores críticos y comentaristas musicales que, literalmente, se han peleado por hacerse responsables del triunfo planetil. Pero Jota y Florent no le deben nada de nada a escribidores, chupatintas, A&R’s o radiofonistas. Un grupo tan rematadamente bueno como ellos iba a tener éxito por H o por B, así que poco importa que Julio Ruiz radiara sus maquetas antes que nadie, que Luis Calvo les sacara su primer single o que Chewaka y David López gestionaran su fichaje por RCA. Como bien dijo Vox Populi, “a Los Planetas les descubrimos todos, que les hemos admirado de forma unánime durante más de media década”. Sí, TODOS, porque aún no se ha visto una crítica negativa, ni siquiera mediocre, ni un comentario despectivo hacia su carrera. A la gente que no le gusta el grupo o bien no lo conoce o bien no es aficionado al pop-rock.
Incluso el inicial rechazo del público más elitista y quisquilloso (Spicnic, Fangoria, la comunidad gay, los Austrohúngaros), ha sido superado por el tiempo. Ya hace un par de años, Fangoria invitaron a Jota a subirse con ellos a un escenario (aunque finalmente él, sensato, se negó y tuvo que subir Bazoka Nut a salvar la papeleta) y, muy recientemente, hemos podido escuchar la divertida pero innecesaria versión homosexual de “De Viaje” que han perpetrado Astrud y Fangoria.
Los Planetas tienen una legión de seguidores incondicionales que aumenta con cada nuevo disco. El techo lo han tocado con el glorioso “Una semana en el motor de un autobús”, del que vendieron 25.000 ejemplares, superando todas las expectativas de RCA. Una cifra ridícula para un grupo de multinacional, pero inmensa si tenemos en cuenta que, al fin y al cabo, Los Planetas siguen manteniendo unos planteamientos musicales completamente independientes.
Por otra parte, es fácil imaginar por qué este grupo es tan querido. ¿Cuántas parejas no se hubieran conocido jamás si no llega a ser por Los Planetas? ¿Cuántos niños deben su existencia a Jota y a Florent? ¿Y cuántos abortos? ¿Cuántas vidas han salvado estos señores con sus canciones? ¿Y cuántas existencias habrán “torcido”? No sé ustedes, pero yo, parafraseando a Reginald Perrin, no estaría donde estoy de no haber escuchado a Los Planetas.

9-No salen nunca en las portadas de sus discos.
Es casi milagroso que un grupo como Los Planetas jamás haya cometido el error de plantificar fotos suyas en las portadas de sus discos. (Sin ir más lejos, las asturianas Nosotrash, que hasta hace poco también estaban en RCA, cayeron en esa horrible trampa y Astrud ¿Qué me dicen de las fotos de Astrud? Todavía no se ha apagado el eco de las risas). Ya en su mítico primer single para Elefant, Los Planetas decidieron meter una ilustración del careto de un Hulk dibujado por el gran Dale Keown (detalle que demostraba, por vez primera, la condición de marvelómano de J). Y tras dar el salto a la multinacional, la banda, siempre atenta a lo que pasa en el candelero underground, decidió hacerle un contrato blindado a Javier Aramburu para que se ocupara del diseño gráfico de todo su merchandising. Y acertaron de lleno. Porque, si bien Aramburu no es demasiado fan del grupo, siempre borda las portadas y el interior de los discos (no en vano cobra una barbaridad). Pero Los Planetas sí son fans de Aramburu, en repetidas ocasiones han elogiado al grupo Family, y además, tienen puntos en común, como las letras, llegando a tener canciones casi paralelas (como “De viaje” y “Viaje a los sueños polares”); incluso la demo Sin Título que los Planetas editaron en su recopilatorio, la de los astronautas tortolitos, bien pudiera ser una de las canciones de ese segundo y fallido proyecto de Family que, maldita sea, iba a ser una trilogía de singles en la que Aramburu pretendía narrar las tribulaciones de un astronauta enamorado que se encuentra perdido en la inmensidad del cosmos. Pero comentemos las portadas de una vez. El muñeco de colorines que engalanaba la portada de “Super 8”, agarrado a la guitarra con la cabecita gacha, sobre una espiral multicolor, ya ha adquirido la categoría de icono del pop patrio. En el segundo disco (“Pop”), sin embargo, Aramburu se pasó un pelín, desplegando todos los colorines de su Mac en un delirio lisérgico y sesentero; aunque para la edición en vinilo (que RCA cedió a una conocida casa de discos independiente) se limitó a estampar un pop sobre el clásico diseño de la Pepsi Cola. Incluso, en las hojas interiores, el osado Aramburu se tomó la libertad de guiñarle el ojo a la banana warholiana, mordiéndola y plantándole su apellido. Quizá por eso, para “Una semana en el motor de un autobús” Javierón se lo tomó con más calma y decidió pasar de todo, limitándose a estampar una equis sobre fondo naranja (el popular símbolo presente en todas las botellas de productos tóxicos o corrosivos) que, vale, refleja muy bien el contenido del disco, pero debió dejar boquiabiertos a los ejecutivos de RCA. En cuanto a las envolturas de los singles, hay que decir que el chaval también se las curró, ganándose a pulso su nómina. ¿Quieren ejemplos? Las florecillas de “Brigitte”, que recuerdan al revival sixtie de los primeros singles de Saint Ettienne. Las tribulaciones de Flash Gordon raymondiano en “Qué puedo hacer”. El muñeco drogado y feliz en su espiral química y multicolor (“Nuevas Sensaciones”). Dos tortolitos para “David y Claudia”. Un recorta y pega digital para “Punk”. La calavera enfarlopada de “Cumpleaños total”. O el elegante dibujo a carboncillo óptico que tan bien plasma la letra de “La playa”. Para la historia del pop queda esa impresionante caricatura, de un Jota niño tocando una raqueta, que Javier hizo para la crítica que se publicó en “Rockdelux” de “Una semana en el motor de un autobús”, o la ácida portada del número 163 de la misma revista, una variación pastillera de la del “Super 8”.
Las últimas creaciones aramburescas para Los Planetas, tampoco son moco de pavo: si en el EP “¡Dios existe!” Javi se curtió un simpático homenaje a “El Padrino”, en el recopilatorio “Canciones para una Orquesta Química”, logró la mejor portada del grupo, vistiendo de etiqueta al muñeco de “Super 8” (que ahora toca un violín con una batidora), y rodeándolo con un pentagrama atómico sobre un fondo de fórmulas químicas. Y, para colmo, el grafismo del compacto homenajea irónicamente a los discos de música clásica.
En definitiva, que las portadillas de Aramburu, te gusten o no, quedan bonitas, no suelen chirriar y siempre estarán mejor que una foto del grupote vestido de negro, con gafas de sol y pelos de rock. ¿No?

10-“La Verdadera Historia”
No, no me refiero a la única canción del repertorio planetil cantada por Florent, sino al libro que ha salido este verano, escrito por Jesús Llorente y publicado en la “Biblioteca Rockdelux”. “La verdadera historia” es, sencillamente, la biografía que se merecían los Planetas. Y pese a que, como ya he comentado en alguna ocasión, la obra poética de Llorente me repugna y me irrita y él, como persona trepa, no me parece un ejemplo a seguir, puedo afirmar sin miedo que “La Verdadera Historia” es el mejor libro que se ha publicado sobre un grupo nacional desde “Vainica Doble” de Fernando Márquez. En ambos casos, los autores son fans y amiguetes del grupo, lo cual hace que tanto las entrevistas como los textos sean, a la vez, íntimos y harto reveladores. La verdad es que Jesús, pese a no haber sido un personaje decisivo en la historia planetaria, era la persona más apropiada para escribir este libro. Por su cercanía al grupo, por las excelentes entrevistas que les hizo en el pasado y, muy especialmente, por la brillante crítica que escribió de “Una semana en el motor del autobús”, que posiblemente fue el último soplo de vida que animó el cadáver de “RDL” y, lo más importante, fue una de las pocas críticas que motivó a bastantes personas (entre las que me cuento) a interesarse por la carrera de un grupo que parecía ya acabado. En efecto, frases tan acertadas como “tras intentar asimilarlo (el disco) uno corre el riesgo de lanzarse por la ventana como los niños que ven por primera vez una película de Superman” movieron a mucha gente a comprarse un disco que, ya desde la portada, era difícil y complicado. Volviendo al libro, el Llorente, sin poseer el vasto bagaje cultural de un Márquez, hace un excelente trabajo contando la historieta del grupo sin abusar de sus habituales y molestísimas florituras líricas. En lugar de los pestosos tics malsonándicos, nos encontramos con confesiones estremecedoras, delirios de fan y apreciaciones objetivas o subjetivas pero, eso sí, siempre estimulantes. Todo ello, sin abandonar ese estilo nervioso y marisabido que ha hecho famoso a Jesús. Además, sus entrevistas a Jota y a Florent son un verdadero abc de todo lo que un fan de verdad le hubiese querido preguntar a Los Planetas. Hace poco, el manager del grupo me comentaba apenado que, a sus ojos, el libro era bastante desmitificador y, al parecer, al grupo tampoco le ha hecho demasiada gracia la imagen que de ellos se da en el volumen. Pero a mí me ha gustado (que es lo que importa), pues Suso nos da una visión bastante realista de lo que son la vida y milagros de Los Planetas, sin cortarse un pelo a la hora de hablar de drogas, sexo o cuestiones sentimentales. A pesar de todo, no se nos dice casi nada que no hayamos escuchado en las canciones de nuestro grupo favorito. Porque, no lo olvidemos nunca, la obra es lo que importa y una palabra de Jota o una nota de Florent son infinitamente más valiosos que todo el esperma que podamos soltar los fans que hablamos y escribimos sobre ellos. Porque, en última instancia, no dejamos de ser más que eso: simples fans.

Y, de propina, la razón número 11: Se han atrevido a decir públicamente que “El País de las Tentaciones” es una “puta mierda” (sic.) ‘NUFF SAID!

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3 Responses to “10 razones para respetar a Los Planetas (Mondo Brutto 19º/1999)”

  1. galeote! Says:

    No se fíe de lo que digan por internet, que son todo adolescentes insensatos. Fue el #19, especial mujer:

    http://vidasdesantos.blogspot.com/2009/11/mondo-brutto-n-19.html

  2. Flashman Says:

    Gracias por la correción.

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  1. Los Planetas y la realidad | jenesaispop.com - 4 December, 2012

    […] ??Todo esto viene a cuento de que no es fácil como banda llevar veinte años en lo más alto. Si hiciéramos una ronda de preguntas entre plumillas musicales españoles y les pidiésemos que nombrasen un solo grupo decisivo aparecido en estos veinticinco años, podría apostar (y no perdería) a que una abrumadora mayoría se decantaría por los granadinos. Esto, podrá pensar alguno, no prueba nada. Prueba el consenso. Hay que agarrarse a algo que sea objetivo cuando entramos en terrenos en que la subjetividad es lo primero a lo que vamos a recurrir. Si hasta unos noatodo como Mondo Bruto circa 1999 estaban rendidos a sus pies al punto de afirmar que Los Planetas no tenían canciones malas.??.. […]

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